No me juzguen desde el título. Creo en la felicidad. También creo que soy una persona feliz y totalmente congruente con su entorno, creo que hago bien en ayudar a otros a través de mi trabajo e intento también hacer sonreír a quienes me rodean. No siempre lo logro, dejaría de ser humano si siempre lo lograra pero al menos estoy segura de intentarlo. Ser feliz para mi no quiere decir de ninguna manera que no me enoje. Me enojo, me doy permiso de hacerlo pues creo que parte de la felicidad de una persona tiene que ver con su aceptación de sí mismo, de sus características individuales, de su forma de pensar, de sus ideales y por supuesto de sus diferentes emociones sean buenas o malas. Me doy permiso de decidir a quién hacer partícipe de mis logros, mis fracasos y mis secretos. Me autorizo a elegir mis amistades e incluso a rechazar otras. Me doy permiso de ser y doy permiso a otros de ser. No siempre encuentro mis ideas respetadas pero estoy segura de intentar respetar las de los otros. Para mi, eso es quizá lo que más se asemeja a esto que ahora está de moda que llaman algunos “felicidad”.
Los medios, los blogs, la gente, los pseudo expertos en salud emocional se dan a la tarea en esta década de intentar hacer a todos más felices. Y entonces leemos en blogs, periódicos y estas nuevas corrientes técnicas para ser más feliz, cómo tener empleados más felices, cómo crear ciudadanos felices. Por supuesto todos queremos ser felices. Pero, ¿queremos cambiar a las personas para hacerlas felices? Yo tengo mis dudas. Creo en una psicología más poderosa que aquella que cambia al individuo y sus conductas. Creo en una psicología que es capaz de encontrar algo positivo en lo disfuncional del individuo. Creo en las historias dominantes que pueden convertirse en alternativas y luego en caminos llenos de aprendizaje. Creo que una persona, en un escenario obscuro para muchos puede sentirse bien consigo y con los otros. Creo en esa psicología que hace del término felicidad una palabra diferente para cada uno de nosotros.
Claro que el estado emocional es importantísimo, por supuesto que intentaremos ser más felices que infelices, la clave quizá está en el rol de la medición de la felicidad. En los últimos años, las emociones se han convertido un tema importante en economía, neurociencias, y en otras técnicas que leen emociones de los individuos según su comportamiento no verbal. Lo que ha pasado es que entonces ahora en comportamiento y ciencias sociales nos interesamos en este estado “de felicidad”. Pero estamos ya obsesionados con el tema de la felicidad.
En días previos tuve una conversación sobre mis contenidos en redes sociales llenos de “amargura” (cité, no creo que mis contenidos siempre estén llenos de amargura) . Tengo la costumbre de hacer críticas sociales llenas de sarcasmo los días viernes. Alguien que no haya tenido las suficientes ganas de leer creería que es solo una queja pero al llegar al final intento dejar siempre una reflexión. Y es que el mundo en el que vivimos es muy complejo y cada vez pareciera más complejo y no esta de más reflexionar. Amargura, felicidad, son simplemente etiquetas que definen más sobre tu persona que de quien intentas clasificar.
Pero ahora pareciera estar de moda intentar ser felices y obligar a otros a ser felices. Insisto, no intento ser la apología de la infelicidad intento dejar una reflexión. La felicidad, para ti, para mi, para ellos es personal e individual. No intentes dar consejos sobre felicidad a quien no lo haya solicitado explícita y verbalmente. Primero, porque la felicidad para ti seguramente es otra cosa. Segundo porque hacerlo haría creer a esa persona que lo tachas de infeliz. Eso, en el mundo de los modales, es poco amable.
No hay fórmulas para la felicidad. Cada uno encontrará si quiere su camino. Tampoco la felicidad cura enfermedades, tantos problemas que dejaríamos de tener en el planeta. Tampoco la felicidad puede medirse del todo y por supuesto la felicidad no es lo mismo para tí y para mi. Dejemos de pensar en la felicidad como un objeto que podemos alcanzar, aprendamos a ponerle la cara y la identidad que queramos. Busquémosla pero sin obsesión o compulsión. Predícala sin hacer sentir a alguien hoy menos feliz.
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